De este lado de las palabras, al otro lado de las novelas, en el mundo ficticio de los personajes.
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viernes, 2 de enero de 2015

La cazadora.

Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que usé este blog para contar algo, y hoy voy a colgar un relato. ¿Por qué?  Tal vez para confundir a los osos, o para no confundirlos, ¿quién sabe?
Disfrutad del relato...  Si estáis ahí (sonido de grillos).

La Cazadora. 

El caballo detuvo sus pisadas en medio del camino, incómodo de pronto, como si algo estuviese acechando entre las sombras. El jinete lanzó una maldición. Había sido invitado a la fiesta de disfraces del duque, y ya llegaba tarde. Había decidido atajar por el camino del bosque para llegar más rápidamente a la mansión, y su montura le estaba haciendo perder un tiempo que no le sobraba.
Cubierto ya su rostro con la máscara que iba a llevar a la fiesta, miró a su alrededor mientras se preguntaba qué era lo que había visto su corcel. El camino del bosque estaba abandonado, y a la luz de la luna era evidente que nadie lo usaba desde hacía mucho. A su mente vinieron las advertencias de los aldeanos, y las leyendas que tanto se oían por los alrededores. Se hablaba de demonios que robaban el alma a los hombres, de seres aterradores que arrancaban la piel a sus víctimas y se vestían con ellas para conseguir más presas.
Pero él no creía en viejas leyendas. 
Sin embargo, algo había detenido a su corcel, algo que se movía entre los arbustos, algo que miraba a caballo y jinete con unos ojos de un intenso color rojo.
Leyendas, se dijo el jinete; no podía tratarse de una bestia real, los monstruos no eran más que invenciones de los pueblerinos para llenar su tiempo durante las duras jornadas de trabajo en los campos.
Un ruido le advirtió de que algo se movía a su espalda; algo corría tras ellos, saltando entre los arbustos, perdiéndose entre los árboles. 
Asustado, clavó las espuelas a su montura, que brincó, iniciando el galope a toda velocidad.
Lo que nunca debió salir de las leyendas estaba ahora en el camino, corriendo sobre sus poderosas patas, siguiendo a su presa a toda velocidad, abriendo con sus garras el suelo de la senda, dejando tremendas marcas.
Aquella cosa parecía un lobo, pero era enorme, del tamaño de un hombre, cubierto de un pelaje negro que lo ocultaba en la noche, aunque sus colmillos, afilados como espadas, parecían brillar bajo la luna, al igual que sus ojos, inyectados en sangre.
El caballo, sintiendo el peligro que corría, aceleró todavía más, y sus herraduras arrancaban destellos al estrellarse contra las piedras del camino.
—¡Déjame en paz, enviado del demonio! —gritó el jinete, aterrorizado.
De nada servían los gritos, pues la bestia no se detenía, sino que se acercaba cada vez más a la montura, que no era capaz de aumentar el ritmo.
Y entonces la criatura se detuvo, el bosque terminó, y a escasa distancia apareció la mansión del duque. El jinete estaba a salvo, había llegado a un lugar en el que no había bestias peligrosas que pudieran suponer un problema.
Jadeaba, pero aunque la bestia no había salido del bosque, no detuvo el ritmo de su montura, sino que siguió galopando hasta que estuvo lo bastante cerca de la entrada de la mansión.
Trató de calmarse, pues un mozo venía para llevar el corcel a la cuadra del duque, y no iba a permitir que ningún criado le viera jadeando de aquella manera, aterrorizado.
Se oían voces y risas que venían del interior, al menos no había llegado tan tarde como temía, así que había merecido la pena tomar el camino del bosque, a pesar del enorme lobo que había visto.
Máscaras, risas, bebidas, comida..., pronto el encuentro vivido en el bosque quedó como una locura, algo que su mente se negaba a aceptar, que no podía ser real. ¿Un lobo tan grande como una persona?, simplemente era imposible.
La gente se divertía a su alrededor, el duque repartía saludos y sonrisas entre sus invitados, y él empezaba a evadirse, a olvidar todo lo que sucedía. Los rostros de los demás invitados, deformados por sus máscaras, le hacían recordar el episodio vivido momentos antes… y sin embargo, ahora todo aquello le parecía irreal.
Empezaron a colocarse en sus posiciones para bailar, cuando las puertas se abrieron para dejar pasar a una invitada que llegaba tarde. Todos los ojos se clavaron en ella, pues llevaba un llamativo vestido rojo, y su máscara convertía su rostro en el hocico de un lobo, lo que hizo que decidiese que su encuentro había sido un simple sueño, tal vez un recuerdo falso motivado por el alcohol.
La mujer atravesó la sala con todos los ojos clavados en ella, y al comprobar que el jinete no tenía pareja, se detuvo ante él.
—No tenéis pareja —susurró con voz dulce.
—Ahora ya sí —respondió él.
La mujer había sonreído bajo la máscara, y aunque el hombre no podía ver sus labios, que ya imaginaba carnosos, sí veía sus ojos, grandes y de color miel, que parecían sonreírle.
Se movía con gracia, como si toda ella fuese la encarnación de la armonía. Sus movimientos obligaban a todo el mundo a mirarla, pero ella sólo bailaba con el jinete, como si no hubiese nadie más en la sala, como si sólo estuviesen ellos dos en el mundo.
Y paró la música, siguieron las charlas, las risas, y sobre todo el alcohol. El jinete ya no quería beber más, temía que el licor le nublase la mente, y deseaba estar despejado para ver a la extraña del vestido rojo con máscara lobuna.
—Bailáis bien —dijo entonces, dispuesto a conocerla—. ¿Os conozco, mi señora?
Una risita musical llegó hasta él.
—Por supuesto que me conocéis, yo soy la cazadora —dijo en tono de burla—, la que os ha cazado sin daros ni un solo mordisco.
La voz de la mujer le daba tranquilidad, una voz dulce, tranquilizadora, intrigante.
—Eso no es justo —respondió él, siguiéndole el juego—. Vos me habéis visto el rostro mientras bebía, estoy seguro. A mí me parece que lo justo es que me mostraseis el vuestro, desearía veros la cara.
Otra vez una risita.
—¿Es que no os gusta el rostro de la cazadora? —preguntó ella, divertida, al tiempo que se llevaba las manos a la máscara y tiraba de ella—. Está bien, pues, ved el rostro de la cazadora, así quedamos en igualdad de condiciones.
El rostro de la joven era tal y como el jinete había imaginado, un óvalo perfecto con unos labios carnosos y rojos, mejillas rosadas y una nariz pequeña. El pelo oscuro le caía a los lados, enmarcando su rostro, haciéndola aún más bella.
—Sois hermosa —susurró.
—Pero todavía hay cosas de mí que queréis ver —fue la respuesta.
No esperaba tal  muestra de picardía, sin embargo le gustó el modo en que la joven tiró de su mano para alejarlo de los demás, haciéndolo caminar por los pasillos de la mansión del duque. Encontró una puerta y empujó, entrando a una sala pequeña iluminada por un candil.
—Es cierto que sois cazadora —dijo, sorprendido.
Pero no dijo nada más, porque la joven no había perdido tiempo, desembarazándose de su precioso vestido rojo. 
El jinete se sintió maravillado ante su cuerpo desnudo, y no pudo evitar el deseo de acariciar su piel clara, y de sentir bajo sus dedos sus anchas caderas y sus grandes pechos.
—Preciosa —murmuró.
La mujer se acercó a él, que no podía apartar la mirada de su cuerpo desnudo.
—Pero todavía hay algo más —susurró la joven con tono meloso.
El jinete, seguro de que se refería a la ropa que él llevaba puesta, se dispuso a desnudarse. Los largos dedos de la mujer hicieron una señal para detener sus manos.
La cazadora alzó las manos sobre su cabeza y las bajó lentamente hacia su nuca, en un movimiento que hizo que sus pechos pareciesen aún mayores. Como él estaba tan ocupado admirando sus atributos, no pudo ver cómo ella empezaba a desprenderse de la última parte de su disfraz.
De un tirón se arrancó la máscara que era su cara, y ya no era el hermoso rostro de una joven el que contemplaba al caballero, sino un hocico largo y oscuro con afilados colmillos, y unos ojos rojos que anhelaban sangre.
El jinete, al igual que su caballo en el bosque, se quedó quieto, sin saber cómo reaccionar, viendo cómo la criatura que tenía delante se arrancaba el disfraz, tirando el cuerpo desnudo de mujer a un lado para dejar a la vista el cuerpo de la bestia, que crecía y tomaba tamaño ante él.
—Pero tú…
—Soy la cazadora —respondió con la misma voz dulce—, nunca miento.
Y se lanzó sobre su presa, que apenas tuvo tiempo de emitir un grito. Los colmillos de la cazadora pronto terminaron con su temor.
La fiesta terminó, los invitados felicitaban al duque, prometiendo volver a la próxima fiesta. Salvo uno de los invitados, que avanzaba con pasos tranquilos, sin montura, pues su caballo se había escapado. Aun así, caminaba sin miedo hacia el bosque.
El cazador sonreía, tenía un disfraz nuevo y había comido bien.

3 comentarios:

  1. Gran relato. Interesante, con las notas justas de suspense, y muy bien escrito. Un poco previsible el final del caballero, ya desde la persecución en el bosque, como que parece claro que no se va a librar de su perseguidor así como así, pero aun con eso es una historia muy bien armada desde su comienzo, con esas leyendas populares de la zona que el imprudente jinete decide ignorar... sólo para pagar el precio de su error.

    Si es que las leyendas están para algo... :)

    Enhorabuena.

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  2. Muchas gracias por pasarte a comentar, me alegra que te haya gustado.
    Previsible, me pasa mucho, tal vez encuentro algo tranquilizador en lo previsible, no lo sé, a lo mejor es que a veces las cosas son como parecen, pero es cierto que La Cazadora es bastante previsible en ese aspecto concreto.
    aunque confío en que sea algo que sólo me pase con los relatos, y no con las novelas (nunca me lo han dicho de textos más largos)
    Una vez más, muchas gracias por molestarte en leerlo, y por invertir unos minutos en opinar, es algo de agradecer.

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  3. No se merecen, yo también escribo y pienso que hay que apoyar a todo buen escritor que escriba fantasía en castellano, hasta que el mundo se entere de la calidad que hay en este género en nuestro idioma. Porque en este mundillo parece que si algo no está escrito en inglés, no es bueno. Y nada más lejos de la realidad.

    Un saludo, y muchos ánimos. Sigue así. ;)

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